Los tiempos cambian. Todos los años, fiel a su cita, regresa la navidad con su carga de nostalgia, nos trae recuerdos de otros tiempos en que podíamos contar con el cariño y la protección de otros seres queridos de los que, apenas, conservamos algunas viejas fotografías. Hace mucho que dejamos de escuchar sus voces en nuestros corazones, sus palabras cariñosas enmudecieron para siempre entre la espesa niebla de la tarde.
Aquellas navidades eran diferentes, las calles se engalanaban, todo era luz, magia, los motivos religiosos recorrían libremente las grandes avenidas y en los árboles de la ciudad resplandecían las estrellas, mientras que alegres angelitos se perdían por las esquinas, unos jugaban al escondite, mientras otros fingían ser policías y ladrones que preparaban, con esmero, la llegada de los Magos de Oriente.
En los hogares sonaban los viejos villancicos de siempre, coros de niños que desempolvaban los viejos discos de vinilo. Unas veces aquellas voces repelentes aceleraban y sus voces chillonas reclamaban el silencio del atardecer. Sobre la mesa, en una bandeja dorada, descansaba los turrones que iban desapareciendo con el paso de los días, la caja de pastas surtidas se iba llenando de huecos y las vestidas con papeles de colores, se perdían por extraños senderos.
Todo era distinto. Es absurdo pretender que todo sea igual! Es imposible. Cada tiempo tiene sus encantos, sus matices, pero la Navidad tiene que mantener siempre su alegría infantil que jamás debe perderse, siempre regresa cargada de ilusión y esperanza, anunciando un futuro prometedor. Sin embargo, cada año, es distinto, aquel espíritu inocente de antaño, mágico, ha desaparecido y, en vez de las estrellas luminosas, se pueden ver el reflejo indecoroso de las tarjetas de crédito atracando de una manera soez el paraíso de la ilusión, los viejos angelitos huyeron, se perdieron definitivamente en un recuerdo en blanco y negro. Los empalagosos villancicos fueron sustituidos por unos ritmos borrachos de una lujuria descontrolada.